La consecuencia más llamativa del Concilio Vaticano II fue la aplicación de la reforma litúrgica, sobre todo en el aspecto de los templos y en el uso de las lenguas vernáculas. Los cambios comenzaron a ser efectivos en la Iglesia universal a partir del 7 de marzo de 1965. Dicho día, el beato Pablo VI celebró la Santa Misa según las normas conciliares en la parroquia romana de Todos los Santos, circunstancia conmemorada por el papa Francisco el pasado sábado por la tarde en el mismo lugar –http://www. news.va/es/news/sintonia-entre-lo-que-celebramos-y-lo-que-vivimos-.
En la diócesis de Zaragoza se dieron los primeros pasos en la Navidad previa: el 25 de diciembre de 1964 el arzobispo Cantero convocó al canónigo Juan Antonio Gracia, prefecto de ceremonias del Cabildo, a Fernando Pérez Aysa, maestro de ceremonias de la Seo, el claretiano Ernesto Azofra Peña (residente actualmente en Alagón, donde forma parte del equipo sacerdotal que atiende varias parroquias de la Ribera Alta) y el jesuita Valentín Arteta (+1995) (BEOAZ 1965, 159-179). La comisión sugirió, entre otras cosas, que “la ubicación del recinto del presbiterio con el altar mayor ha de facilitar la máxima participación activa de los fieles en los actos litúrgicos” (ibídem, 176).
El 15 de enero siguiente el prelado había prohibido cualquier reforma o modificación de los altares que careciese de su licencia escrita y del informe de la Comisión Diocesana de Arte Sacro por ser una “materia delicada” y por “la calidad artística extraordinaria de muchos retablos”. El 10 de febrero nombró al sacerdote José Aznar, profesor de Arte Sacro del Seminario, como visitador diocesano de los templos parroquiales y casas religiosas para poder aplicar dicha reforma (ibídem, 61-62 y 154-155). El 18 de marzo se bendijo la nueva parroquia de la Almudena (en el local desaparecido de la C/Escosura) y el 21 lo fue el templo de San Braulio. En Santa Engracia se consagró el nuevo altar mayor de mármol, completado por unos artísticos crucifijo y candeleros” el 28 de marzo (ibídem, 275, 278-280 y 282-283).
Este día, a las 12,30 h. llegó el arzobispo acompañado de su capellán, don Francisco del Valle (luego canónigo del Cabildo). Fue recibido por el párroco, Mariano Carrilla, y los demás sacerdotes de la parroquia: D. Bernardo González, D. Francisco Bibián, D. Miguel Campo, D. Luis Luna, D. Francisco Polo y D. Amado Fleta. Entró bajo palio, cuyas varas portaron D. José Joaquín Sancho Dronda, D. José Parra, D. Enrique Giménez Ruesga, D. Juan Antonio Cremades y D. Joaquín Carbó. Asistió la Acción Católica junto con otras asociaciones religiosas y estuvieron presentes los Vicarios Generales, Luis Borraz y Agustín Pina, y el canónigo Leopoldo Bayo. Dirigió la ceremonia Fernando Pérez Aysa. El prelado explicó a los fieles, que llenaban el templo, el significado de las ceremonias. A las 13 h., Agustín Pina celebró misa rezada.
Juan Ramón Royo García