Soy Antonio Barbany, tengo 17 años, y el próximo 11 de noviembre me confirmo en Santa Engracia. Hace poco más de dos años llegó el momento en la vida de todo adolescente en que se plantea apuntarse a catequesis de Confirmación. En mi caso no hubo dudas. En mi casa, mis padres me lo plantearon con total naturalidad y entre mi grupo de amigos del colegio existía una aceptación generalizada a esta “costumbre”. Sin embrago, ellos iban a apuntarse a una parroquia también cercana, mientras que yo quise apuntarme en Santa Engracia pues solía venir a Misa de 13:15 los domingos con mi abuela y la reconocía como propia, estaba a gusto, como en casa. Además, mi hermana se había confirmado aquí y guardaba un buen recuerdo de las catequesis, de cómo se había sentido tratada,..
Así, sólo, me pusieron con un grupo de chicos, amigos entre sí, por lo que al principio recuerdo que asistía a las catequesis un poco “cortado” porque me sentía como “el nuevo”. Sin embargo, el buen ambiente humano que enseguida se formó me ayudó a integrarme entre ellos en muy pocos días; verdaderamente me lo pusieron muy fácil.
Pensaba que las catequesis iban a tener un formato estricto, algo parecido a una clase. Nada más lejos de la realidad, pronto me di cuenta de que eran muy dinámicas, lo pasábamos muy bien y, además, aprendíamos. Normalmente, las semanas siguientes a cada catequesis intento poner en práctica lo que nos enseña el catequista. A veces con más éxito, otras con menos: lo importante es lucharlo. Recuerdo con especial cariño y agradezco actividades como el Espacio One, que organiza la diócesis para jóvenes de todas las parroquias, y la campaña de Recogida de Alimentos de Navidad, en la que sentí cómo preocuparme por que mis compañeros disfrutaran ayudando, hizo que la disfrutara yo incluso más.
Creo que el paso que voy a dar junto con mis compañeros dentro de tres de semanas supondrá para mí un cambio -algo intuyo sólo con echar la vista atrás-, pero no sé qué pasará después, qué supondrá ese cambio, ni el tiempo que durará (sólo Dios lo sabe). Por eso no me importaría seguir cultivando la fe, formándome en este sentido: creo que todos, en mayor o menor medida, deberíamos hacerlo a lo largo de la vida.